Extras

Covent Garden, Londres.

"...Pero del otro lado del desnudo linde que separaba su casa de la del vecino, sí lo había.
Una voz, que Tess conocía demasiado bien a pesar de haberla oído tan pocas veces, le anunció el fin de la tranquilidad.
El trasto ese suena a cada rato... ¿No has pensado en cambiar el tono? ColdPlay es una mierda.
Tess no hizo el menor intento de responder. Como si no le hablaran a ella, dejó el móvil sobre la mesa de jardín que tenía a su izquierda. A continuación, abrió la funda rígida que contenía sus gafas de ver, y se sentó más cómodamente en el sillón. Estaba feliz, Diana Simmons había dicho “sí” a la entrevista, y ningún vecino desconsiderado le estropearía el momento.
Qué-pasada-de gafas, pensó él al verlas. Redondas, pequeñas, con montura dorada... Le daban un aire hippy y le quedaban bestial.
¿Quién era esta vez? —insistió Dakota, en tono de guasa total—. ¿El que monta toros?
Tess suspiró, lo espió brevemente por encima de los anteojos mientras abría el libro por la marca. Comprobó que él estaba de pie junto a la linde, con su vestimenta habitual de sepulturero y una sonrisa ladeada, mirándola detrás de sus gafas negras.
Se preguntó si había elegido aquella frase con intención de que su burla antiamericana sonara más despectiva, o simplemente, porque desconocía que de alguien cuya profesión era montar toros se decía que era “jinete de rodeos”. En cualquier caso, no dejaba de resultar irónico viniendo de alguien a quien todos llamaban “Dakota”.
Quizás, sí que él acabaría estropeándole el momento.
Tess volvió a ponerse de pie y empezó a recoger sus cosas para continuar leyendo en el salón.
¿Qué? ¿Te llama tanto para controlar que nadie le levante a su hembra Hereford favorita?
Al oírlo, cada articulación del cuerpo de Tess se puso rígida. De haber sido una hembra Hereford lo habría embestido, sin miramientos, arrojándolo quinientos metros por encima de los tejados.

Más cerca, al otro lado de la pared que separaba el salón pequeño del jardín posterior, el padre de Tess también se quedó inmóvil. Reparaba la ficha del enchufe, próximo a la ventana que estaba abierta, y seguía con interés el monólogo del jardín. Le resultaba nuevo, y hasta cierto punto, divertido que aquel muchacho, que con los años se había convertido en un auténtico especialista en el arte de evitar a las mujeres Gibb, tomara la iniciativa de entablar conversación con Tess.
Lo que acababa de decirle, sin embargo, había sido bastante desagradable. A ver cómo reaccionaba su hija.
Los dos hombres se mantuvieron atentos a lo mismo durante los siguientes instantes.
Pero no hubo ninguna reacción.
Tess se limitó a entrar en la casa y cerrar la puerta tras de sí.
Tan concentrada como estaba en contener unas preocupantes ganas de trasmutar en hembra Hereford y embestir al vecino pelilargo, ni siquiera se percató de que su padre, junto al enchufe que había bajo la ventana, la miraba con la boca abierta.
Mientras tanto, en el jardín, Dakota festejaba la nueva retirada de su contrincante, con una risita estilo Patán..."



River Charles, Boston.

 
"...Londres le gustaba. Especialmente, tras un buen aguacero como el de aquel día, que la había obligado a posponer su sesión diaria de footing hasta bien entrada la mañana. Aquellos chaparrones limpiaban la atmósfera habitualmente cargada de la ciudad y llenaban el aire de aquel aroma tan refrescante... que casi se olvidaba del otro inconveniente inevitable...
La ráfaga húmeda interrumpió los pensamientos de Tess, y añadió diminutos lunares color barro a su inmaculado conjunto rosa.
Casi se olvidaba, sí... Hasta que algún conductor desconsiderado le recordaba las desventajas del Londres lluvioso.
Y no se trataba de cualquier conductor, observó trás recuperarse de la sorpresiva ducha y ver que el vehículo -una moto roja que le era muy familiar- torcía a la derecha pocos metros más adelante, en la entrada de garaje de la casa de los Taylor, sin hacer el menor ademán de ofrecer una disculpa. Era como si no se hubiera percatado de que la había salpicado.
O como si no le importara...
¿Pensando en las musarañas? —oyó que Dakota le decía cuando ella pasó frente a su casa. Lo escuchó perfectamente a pesar de que, como era habitual cuando salía a hacer deporte, llevaba su Ipod conectado.
Él se había quitado el casco, y continuaba sentado sobre la moto, acelerándola por momentos, y la seguía con una expresión en su mirada que dejó claro sus intenciones.
O como si lo hubiera hecho ex profeso, el muy canalla.
Tess se limitó a volver la vista al frente, y recorrer los escasos dos metros que la separaban de su casa. Entonces, ante la persistente mirada de Dakota que no la abandonó en ningún momento, ella abrió la portezuela roja y continuó camino por el sendero.
El tejido elástico rosa se ajustaba a la figura femenina como un guante. La parte superior era como una camiseta con mangas muy cortas y un escote amplio, y la inferior, del estilo de las bermudas de ciclista.
Estaba muy buena, concluyó Dakota tras una minuciosa inspección, que no le permitió calcular el tamaño real de sus delanteras -el body las achataba-, pero sí las cualidades de su trasero; macizo y respingón pedía a gritos un buen sobeo.
Está chulo el conjuntito —volvió a decir él, en un intento de que ella dejara de morderse la lengua y lo enfrentara. Tess giró la cabeza y lo miró como por casualidad. Él le regaló una sonrisa ladeada, y añadió—: Muy tentador.
¿Tentador? Una carcajada estuvo a punto de delatarla, que consiguió reprimir en el último instante. No podía creer el descaro de la criatura. Aquello era inédito. Simple y llanamente, increíble.
Y además, continuaba mirándola desde su moto. Se había inclinado hacia adelante, y apoyado los codos sobre el manillar, como si hubiera decidido ponerse bien cómodo. Había desafío en su mirada, sí, pero también expectación. Él no sólo quería molestarla, quería que ella respondiera al desafío.
Pues, sería una expectativa vana.
Tess se encogió de hombros y se señaló el oído derecho -el que él podía ver-.
Dakota no tuvo ningún problema en reconocer el cable blanco del MP4.
Tampoco el inconfundible hormigueo que le recorrió la espalda cuando ella cerró la puerta tras de sí, ignorándolo completamente..."
Starbucks sobre Russell Street,
Covent Garden, Londres.

  
"...Cuando el ascensor se detuvo en la última planta, Tess arrastró la maleta con ruedas por la alfombra roja y se detuvo frente a la puerta de su casa. Abrió los tres cerrojos y entró.
Dejó las cosas en el recibidor y avanzó por el pasillo hacia el interior de la vivienda. Encendió luces.
Era una mujer lógica. Por lo tanto, sabía perfectamente por qué llevaba horas concentrada en los mensajes que no recibía de Scott; era para evitar pensar en lo verdaderamente preocupante de la cuestión. Es decir, lo que había sentido mientras estaba entre sus brazos.
Al llegar al salón vio que la luz del contestador automático parpadeaba. Se acercó a él con paso titubeante y un nudo en la boca del estómago.
Pulsó una tecla y empezaron a reproducirse los mensajes. El primero era de Terry saludándole la Navidad e informándola de que regresaría a Boston la víspera de año nuevo, con tiempo para organizar algún festejo familiar al que esperaba que ella asistiera. A continuación, había varias llamadas que parecían equivocadas. No habían dejado mensaje. Entonces, una voz grave resonó en la estancia, devolviéndole, inexplicablemente, una sensación de seguridad que hacía años que no sentía:
¿Sabes a cuántas T. Gibb he sacado de la cama hasta dar contigo? Como empeñé un riñón para pagar la última llamada que te hice a la oficina, estoy pensando en hacerme donante de esperma porque la cuenta me va a salir por un pico... —la risa de Dakota retumbó en el salón y le arrancó una sonrisa—. Supuse que llevarías el móvil apagado en el avión y quería decirte que abras el correo. Te he mandado esa foto que te prometí... —la sonrisa de Tess se hizo más grande ante una nueva muestra de vanidad masculina. Menudo engreído—. Bueno, la verdad verdadera es que me moría por escucharte... y se me ocurrió que si tenías contestador, a lo mejor la voz de la grabación sería la tuya... Las otras cinco llamadas sin mensaje también son mías... —aquella risa increíblemente varonil volvió a colarse hasta el último rincón de la casa—. ¡Qué locura! Dicho está, pero que sepas que si alguien me pregunta voy a negarlo y como en la peli, esta grabación se autodestruirá en treinta segundos, ¿vale? Te dejo, bollito... Escríbeme, ¿eh?. Y sé buena”.
El pitido de fin de mensajes sorprendió a Tess con el corazón palpitando, y un movimiento casi reflejo; su dedo volvió a pulsar la tecla de reproducción..."